Al che lo formolizaron todavía caliente
Por: JORGE CONSUEGRA (LIBROS Y LETRAS)
Rina Tapia fue una de las primeras personas que vio el cadáver del Che Guevara, pues fue llamada por el ejército boliviano para que reconociera el cuerpo del guerrillero. Este es su testimonio.
/ Archivo
copaair.com
Una noche cualquiera, en una inolvidable sesión en la que participaron decenas de poetas, a un costado del salón en donde estaban todos reunidos había una mujer, ya entrada en años, que atentamente tomaba nota de quienes poco a poco iban pasando al frente a leer sus poemas y, después de varios minutos, cuando preguntaron si alguien más quería hacer lo propio, ella levantó la mano, dejó a un lado sus viejos cuadernos y, con un andar lento pero firme, se puso frente al atril, sacó una hoja y leyó su poema. Pero no fue un poema cualquiera, sino unos hermosos versos dedicados a Ernesto Guevara, conocido como El Che. Pero lo sorprendente no fue eso, sino que, sin presentarse ni nada, leyó su poema en quechua…
Los que estaban distraídos levantaron la mirada sorprendidos, primero, porque no lograron descifrar el idioma, y, segundo, porque después de haber oído a los demás poetas leer sus trabajos en español, les pareció extraño, muy extraño que alguien lo hiciera en otra lengua.
Cuando terminó dijo: “Es el quechua, mi lengua nativa. Ahora lo voy a leer en español, en homenaje a ese hermoso hombre llamado Ernesto Che Guevara”…
El silencio fue casi espeso, profundo, largo, interminable, hasta que, lentamente, leyó todo el poema, recordando al médico argentino que injustamente había sido abatido allá abajo, en la cañada Ñancahuazú, en Valle Grande, en su Bolivia del alma.
Cuando terminó, todos aplaudieron con un sentimiento salido del alma, pues esa mujer, también médica, como su esposo, le había escrito unos versos con aroma de vida a quien había llegado aún caliente a la vieja escuelita de la olvidada vereda que jamás apareció en los mapas bolivianos, porque simplemente el lugar no existía, y de pronto apareció cuado el mundo supo que el Che había sido ejecutado.
La mujer regresó a su asiento, recogió sus cuadernos y se dispuso a salir. Fue entonces cuando la abordé y le pedí que me recibiera en su casa para que me contara la razón por la cual había escrito ese hermoso poema dedicado al Che. “Porque lo conocí aún caliente”…
Varios meses después le hice una entrevista y fue cuando me dijo que “lo sucedido en Valle Grande fue un episodio que me dolió y aún me duele, me conmueve y, cada vez que lo recuerdo, mi piel se vuelve arrozuda”.
Me dice que toda Bolivia hablaba del Che constantemente, y por todos lados había soldados, especialmente gringos, que lo buscaban afanosamente y aunque trataban de mimetizarse con mis compatriotas era imposible, pues mientras nosotros somos bajitos, de piel oscura y ojos rasgados, ellos, como lo canta Piero, son de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle”…
“Conocimos al Che ya muerto. Nos invitó a los dos, a mi marido y a mí, ambos médicos, el oficial que dio la orden de que lo mataran, para que nos cercioráramos de que, efectivamente, el Che estaba muerto y para que redactáramos una especie de acta en donde certificáramos que él había muerto”.
“Había mucho Ejército por todos lados, rodeando la escuelita, y hasta helicópteros dando vueltas... Y, cuando llegamos, efectivamente lo encontramos muerto en el Hospital de Valle Grande, en la lavandería, como se llama allá, que eran dos pocetas, grandes y largas, ya desvencijadas. Allá lo pusieron, cuan largo era el Che; estaba sobre una especie de camilla improvisada que no eran más que dos tablas que pusieron sobre los lavaderos. Lo pusieron en una camilla sobre dos tablas en la lavandería de Valle Grande”.
“Fue inmensa la impresión, pues apenas entramos, lo vimos allí. Estaba con sus ojos abiertos, como dos estrellas, con esa expresión tan hermosa luego de haberle dicho a su verdugo: ‘Mátenme: soy yo’. Entonces se nos acercó el médico que lo había recibido, aunque ya cadáver, aún fresco, caliente. ¡Aún vivo!”.
“Yo iba con mi esposo, y le pregunté el nombre al médico que se había quedado a nuestro lado, en un angustioso silencio: ‘Doctor: ¿por qué el Che tiene los ojos abiertos?”. No nos miró, simplemente se quedó callado en un tiempo que se nos hizo eterno, hasta que por fin dijo, con la voz entrecortada: ‘Porque me obligaron a formolizarlo todavía en caliente’”…
“El Che se estaba muriendo y los militares querían acelerar su muerte, por eso le dieron la orden al galeno para que le inyectara formol, que entra por las venas como si le estuvieran metiendo candela. El cadáver estaba caliente y, probablemente, se sorprendió de recibir el químico por sus venas; creo que eso explica por qué esa expresión del Che”.
Rina Tapia le puso la mano en el hombro al joven médico y éste, con un hilo de voz, le dijo: “Tuve tanto miedo en ese instante, que me tocó taparle la cara con su gorra, con su cachucha, porque me asusté cuando me miró con esos ojos”. Rina continúa: “Ya pueden ustedes imaginarse cómo fue ese episodio. Yo sabía mucho del Che y por eso me llevaron, porque conocía mucho de su parte física y ellos querían saber la verdad. Él tenía una marca y era el dedo que le faltaba en una mano y, fíjense ustedes, casualmente, al médico que lo formolizó, también le faltaba un dedo, el índice, en la mano izquierda… son cosas que conmueven”.
Rina trata de esquivar los recuerdos, pero ahí mismo vuelve a tomar el hilo de aquel 9 de octubre de 1967: “La primera fotografía que tomaron del cadáver con los ojos abiertos, la tomó mi esposo, y esa foto le dio la vuelta al mundo. No recuerdo cómo, pero un periodista se le acercó a mi marido y le dijo que si él lo había fotografiado y él le dijo que sí, pero que tocaba revelar el rollo en algún sitio y allí era imposible. El asunto fue que, en menos de nada, ya la foto la conocía todo el planeta”.
Cuenta la poeta boliviana que los militares sabían que ella simpatizaba con el movimiento que el Che estaba tratando de crear en su país y que por eso la llevaron al lugar, “como para humillarme ante la imagen de este hombre maravilloso. Y esta simpatía hacia él me costó el exilio, aunque antes me habían llevado a la cárcel por haberle hecho una cirugía a la lugarteniente del Che, Maya, que era una niña, supremamente, bella, joven, hablaba cinco idiomas y había acompañado al Che en muchas de sus correrías, en muchas partes del mundo, y cuando me la llevaron herida yo no sabía que era ella. La operé de inmediato, porque llegó de urgencia con un abdomen agudo al hospital donde yo trabajaba. Había mucha angustia alrededor de ella por parte de mis colegas médicos, porque a un lado estaba el personero del hospital que quería saber qué iba a pasar con la mujer que había ingresado de urgencia; pero también angustia, porque estaban mis alumnos, pues yo era docente de cirugía”.
“Entonces empezó la persecución en mi contra. Yo sabía que me estaban siguiendo el rastro, y más cuando se supo que Maya se había escapado del hospital, aún con los puntos de cirugía, pero, repito, yo no sabía que ella estaba en la lucha guerrillera con el Che. Para sorpresa mía, ella llegó un día al consultorio para que le quitara los puntos. A esas alturas no sabía la identidad de Maya, sino tres o cuatro días después de muerto el Che, cuando la vi en fotos y supe que había sido la mano derecha de él”.
“Un día atendí a tres guerrilleros que habían llegado mal heridos. A uno de ellos le salvé la vida, y cuando se recuperó me dijo, con una inmensa tristeza: ‘Rina: te va a pesar en el alma haberme devuelto la vida’. Él sabía que yo era Rina, pero yo nunca supe quién era él. Me dijo que, si lo atrapaban con vida, se iba a envenenar, pues no quería que lo torturaran en la cárcel… ¡Oh, sorpresa mía! ¡Le salvé la vida y se la quitaron en la cárcel! Todavía recuerdo su cara y sus palabras y su angustia y su dolor”.
“Yo pienso que el Che fue engañado para ir a Bolivia, pues él no debió de haber ido nunca allí, no tenía nada que hacer, no tenía nada que ofrecerle al mundo en ese momento. Teníamos una seudorreforma agraria; las minas y el petróleo se habían nacionalizado; teníamos seguridad social; la mujeres teníamos derecho al voto… Entonces, ¿qué podía ofrecernos el Che? Él estaba programado para seguir hacia el Sur, hacia Argentina y Uruguay, donde se mató tanta gente, donde surgieron los ‘Montoneros’ y los ‘Tupamaros’ y donde hubo tantos sacrificados por un error de los que manejaron al Che”.
“Él fue engañado por el propio grupo de izquierda. Ellos le organizaron un ejército —si se puede llamar así— de sesenta personas que eran sesenta mineros… ¿Cómo llevarlos de un lugar inhóspito de 3.600 metros de altura, a un llano con un clima infernal de más de treinta grados… ni el lugar, ni la gente, ni el momento. Fue engañado y traicionado y sabemos quiénes lo traicionaron”.
En el programa Nuestro Sur, que se emite por TVRed, Rina Tapia, la médica y poeta, no leyó el poema al Che, pero sí el de la guerra:
¿Por qué inventaron las palabras Navidad, Año Nuevo, Epifanía, Día de Acción de Gracias? ¿Será para confundir, distraer, alucinar a la humanidad?
Hay invasión no de marcianos, sino de desalmados, criminales, descerebrados, alienados locos por el poder y la supremacía, sin un dios de cualquier color, sin un arquitecto universal. Son destructores, con dioses de la gran tecnología, las bombas, los misiles, los tanques, helicópteros y todo lo que arrase con pueblos, sembrando la muerte. ¿Cambio de siglo? ¿Cambio de mentalidad? ¡No! Crecimiento de odio, venganza, perversidad degeneración, desenfreno.
Naciones en manos de enajenados dementes, perdieron la memoria, olvidaron el holocausto. ¿O en él recibieron entrenamiento? Detengan ya sus armas, las siglas no disparan, no mueren. ¡No más muerte! Claman los niños. Las madres, el pueblo civil. ¡No más! Siempre guerra, siempre muerte, la causa: ¿una porción de tierra?, ¿fuentes de agua?, ¿pozos de petróleo? o ¿depósito de armas nucleares? ¿Cuál el sofisma para justificar el desbocarse de estas mentes DEMENTES?
UN REBELDE CON CONCIENCIA SOCIAL
El pasado 8 de octubre se cumplieron 44 años del asesinato de Ernesto Che Guevara en la población de Higueras, Bolivia, el médico argentino perteneciente a una familia acomodada de Rosario que dedicó su vida a militaren la izquierda y participar en diferentes movimientos contestatarios de ideología marxista, que en su mayoría, luchaban en contra de la miseria de las masas en Latinoamérica y el imperialismo estadounidense. La causa de Guevara lo llevó a viajar por diferentes países de la región, entre los que están Perú, Ecuador, Venezuela, Guatemala y México, donde en 1955 conoció a Fidel Castro y a su hermano Raúl, con quienes entabló una amistad que lo llevó al año siguiente a Cuba para hacer parte de la cruzada revolucionaria que pondría fin a la dictadura de Batista en 1959. Tras la victoria Guevara fue nombrado jefe de la Milicia y director del Instituto de Reforma Agraria ; en 1960 se convirtió en presidente del Banco Nacional y ministro de Economía, y en1961 fue ministro de Industria. A pesar de estos cargos que ostentó decidió abandonar la isla en 1965 y trasladarse al Congo para luego, en 1966, retornar a Latinoamérica y establecerse en Bolivia, lugar en el que pretendía crear un centro de operaciones guerrillero y donde finalmente fue herido y apresado.
JORGE CONSUEGRA (LIBROS Y LETRAS) Elespectador.com
Por: JORGE CONSUEGRA (LIBROS Y LETRAS)
Rina Tapia fue una de las primeras personas que vio el cadáver del Che Guevara, pues fue llamada por el ejército boliviano para que reconociera el cuerpo del guerrillero. Este es su testimonio.
/ Archivo
copaair.com
Una noche cualquiera, en una inolvidable sesión en la que participaron decenas de poetas, a un costado del salón en donde estaban todos reunidos había una mujer, ya entrada en años, que atentamente tomaba nota de quienes poco a poco iban pasando al frente a leer sus poemas y, después de varios minutos, cuando preguntaron si alguien más quería hacer lo propio, ella levantó la mano, dejó a un lado sus viejos cuadernos y, con un andar lento pero firme, se puso frente al atril, sacó una hoja y leyó su poema. Pero no fue un poema cualquiera, sino unos hermosos versos dedicados a Ernesto Guevara, conocido como El Che. Pero lo sorprendente no fue eso, sino que, sin presentarse ni nada, leyó su poema en quechua…
Los que estaban distraídos levantaron la mirada sorprendidos, primero, porque no lograron descifrar el idioma, y, segundo, porque después de haber oído a los demás poetas leer sus trabajos en español, les pareció extraño, muy extraño que alguien lo hiciera en otra lengua.
Cuando terminó dijo: “Es el quechua, mi lengua nativa. Ahora lo voy a leer en español, en homenaje a ese hermoso hombre llamado Ernesto Che Guevara”…
El silencio fue casi espeso, profundo, largo, interminable, hasta que, lentamente, leyó todo el poema, recordando al médico argentino que injustamente había sido abatido allá abajo, en la cañada Ñancahuazú, en Valle Grande, en su Bolivia del alma.
Cuando terminó, todos aplaudieron con un sentimiento salido del alma, pues esa mujer, también médica, como su esposo, le había escrito unos versos con aroma de vida a quien había llegado aún caliente a la vieja escuelita de la olvidada vereda que jamás apareció en los mapas bolivianos, porque simplemente el lugar no existía, y de pronto apareció cuado el mundo supo que el Che había sido ejecutado.
La mujer regresó a su asiento, recogió sus cuadernos y se dispuso a salir. Fue entonces cuando la abordé y le pedí que me recibiera en su casa para que me contara la razón por la cual había escrito ese hermoso poema dedicado al Che. “Porque lo conocí aún caliente”…
Varios meses después le hice una entrevista y fue cuando me dijo que “lo sucedido en Valle Grande fue un episodio que me dolió y aún me duele, me conmueve y, cada vez que lo recuerdo, mi piel se vuelve arrozuda”.
Me dice que toda Bolivia hablaba del Che constantemente, y por todos lados había soldados, especialmente gringos, que lo buscaban afanosamente y aunque trataban de mimetizarse con mis compatriotas era imposible, pues mientras nosotros somos bajitos, de piel oscura y ojos rasgados, ellos, como lo canta Piero, son de mandíbulas grandes de tanto mascar chicle”…
“Conocimos al Che ya muerto. Nos invitó a los dos, a mi marido y a mí, ambos médicos, el oficial que dio la orden de que lo mataran, para que nos cercioráramos de que, efectivamente, el Che estaba muerto y para que redactáramos una especie de acta en donde certificáramos que él había muerto”.
“Había mucho Ejército por todos lados, rodeando la escuelita, y hasta helicópteros dando vueltas... Y, cuando llegamos, efectivamente lo encontramos muerto en el Hospital de Valle Grande, en la lavandería, como se llama allá, que eran dos pocetas, grandes y largas, ya desvencijadas. Allá lo pusieron, cuan largo era el Che; estaba sobre una especie de camilla improvisada que no eran más que dos tablas que pusieron sobre los lavaderos. Lo pusieron en una camilla sobre dos tablas en la lavandería de Valle Grande”.
“Fue inmensa la impresión, pues apenas entramos, lo vimos allí. Estaba con sus ojos abiertos, como dos estrellas, con esa expresión tan hermosa luego de haberle dicho a su verdugo: ‘Mátenme: soy yo’. Entonces se nos acercó el médico que lo había recibido, aunque ya cadáver, aún fresco, caliente. ¡Aún vivo!”.
“Yo iba con mi esposo, y le pregunté el nombre al médico que se había quedado a nuestro lado, en un angustioso silencio: ‘Doctor: ¿por qué el Che tiene los ojos abiertos?”. No nos miró, simplemente se quedó callado en un tiempo que se nos hizo eterno, hasta que por fin dijo, con la voz entrecortada: ‘Porque me obligaron a formolizarlo todavía en caliente’”…
“El Che se estaba muriendo y los militares querían acelerar su muerte, por eso le dieron la orden al galeno para que le inyectara formol, que entra por las venas como si le estuvieran metiendo candela. El cadáver estaba caliente y, probablemente, se sorprendió de recibir el químico por sus venas; creo que eso explica por qué esa expresión del Che”.
Rina Tapia le puso la mano en el hombro al joven médico y éste, con un hilo de voz, le dijo: “Tuve tanto miedo en ese instante, que me tocó taparle la cara con su gorra, con su cachucha, porque me asusté cuando me miró con esos ojos”. Rina continúa: “Ya pueden ustedes imaginarse cómo fue ese episodio. Yo sabía mucho del Che y por eso me llevaron, porque conocía mucho de su parte física y ellos querían saber la verdad. Él tenía una marca y era el dedo que le faltaba en una mano y, fíjense ustedes, casualmente, al médico que lo formolizó, también le faltaba un dedo, el índice, en la mano izquierda… son cosas que conmueven”.
Rina trata de esquivar los recuerdos, pero ahí mismo vuelve a tomar el hilo de aquel 9 de octubre de 1967: “La primera fotografía que tomaron del cadáver con los ojos abiertos, la tomó mi esposo, y esa foto le dio la vuelta al mundo. No recuerdo cómo, pero un periodista se le acercó a mi marido y le dijo que si él lo había fotografiado y él le dijo que sí, pero que tocaba revelar el rollo en algún sitio y allí era imposible. El asunto fue que, en menos de nada, ya la foto la conocía todo el planeta”.
Cuenta la poeta boliviana que los militares sabían que ella simpatizaba con el movimiento que el Che estaba tratando de crear en su país y que por eso la llevaron al lugar, “como para humillarme ante la imagen de este hombre maravilloso. Y esta simpatía hacia él me costó el exilio, aunque antes me habían llevado a la cárcel por haberle hecho una cirugía a la lugarteniente del Che, Maya, que era una niña, supremamente, bella, joven, hablaba cinco idiomas y había acompañado al Che en muchas de sus correrías, en muchas partes del mundo, y cuando me la llevaron herida yo no sabía que era ella. La operé de inmediato, porque llegó de urgencia con un abdomen agudo al hospital donde yo trabajaba. Había mucha angustia alrededor de ella por parte de mis colegas médicos, porque a un lado estaba el personero del hospital que quería saber qué iba a pasar con la mujer que había ingresado de urgencia; pero también angustia, porque estaban mis alumnos, pues yo era docente de cirugía”.
“Entonces empezó la persecución en mi contra. Yo sabía que me estaban siguiendo el rastro, y más cuando se supo que Maya se había escapado del hospital, aún con los puntos de cirugía, pero, repito, yo no sabía que ella estaba en la lucha guerrillera con el Che. Para sorpresa mía, ella llegó un día al consultorio para que le quitara los puntos. A esas alturas no sabía la identidad de Maya, sino tres o cuatro días después de muerto el Che, cuando la vi en fotos y supe que había sido la mano derecha de él”.
“Un día atendí a tres guerrilleros que habían llegado mal heridos. A uno de ellos le salvé la vida, y cuando se recuperó me dijo, con una inmensa tristeza: ‘Rina: te va a pesar en el alma haberme devuelto la vida’. Él sabía que yo era Rina, pero yo nunca supe quién era él. Me dijo que, si lo atrapaban con vida, se iba a envenenar, pues no quería que lo torturaran en la cárcel… ¡Oh, sorpresa mía! ¡Le salvé la vida y se la quitaron en la cárcel! Todavía recuerdo su cara y sus palabras y su angustia y su dolor”.
“Yo pienso que el Che fue engañado para ir a Bolivia, pues él no debió de haber ido nunca allí, no tenía nada que hacer, no tenía nada que ofrecerle al mundo en ese momento. Teníamos una seudorreforma agraria; las minas y el petróleo se habían nacionalizado; teníamos seguridad social; la mujeres teníamos derecho al voto… Entonces, ¿qué podía ofrecernos el Che? Él estaba programado para seguir hacia el Sur, hacia Argentina y Uruguay, donde se mató tanta gente, donde surgieron los ‘Montoneros’ y los ‘Tupamaros’ y donde hubo tantos sacrificados por un error de los que manejaron al Che”.
“Él fue engañado por el propio grupo de izquierda. Ellos le organizaron un ejército —si se puede llamar así— de sesenta personas que eran sesenta mineros… ¿Cómo llevarlos de un lugar inhóspito de 3.600 metros de altura, a un llano con un clima infernal de más de treinta grados… ni el lugar, ni la gente, ni el momento. Fue engañado y traicionado y sabemos quiénes lo traicionaron”.
En el programa Nuestro Sur, que se emite por TVRed, Rina Tapia, la médica y poeta, no leyó el poema al Che, pero sí el de la guerra:
¿Por qué inventaron las palabras Navidad, Año Nuevo, Epifanía, Día de Acción de Gracias? ¿Será para confundir, distraer, alucinar a la humanidad?
Hay invasión no de marcianos, sino de desalmados, criminales, descerebrados, alienados locos por el poder y la supremacía, sin un dios de cualquier color, sin un arquitecto universal. Son destructores, con dioses de la gran tecnología, las bombas, los misiles, los tanques, helicópteros y todo lo que arrase con pueblos, sembrando la muerte. ¿Cambio de siglo? ¿Cambio de mentalidad? ¡No! Crecimiento de odio, venganza, perversidad degeneración, desenfreno.
Naciones en manos de enajenados dementes, perdieron la memoria, olvidaron el holocausto. ¿O en él recibieron entrenamiento? Detengan ya sus armas, las siglas no disparan, no mueren. ¡No más muerte! Claman los niños. Las madres, el pueblo civil. ¡No más! Siempre guerra, siempre muerte, la causa: ¿una porción de tierra?, ¿fuentes de agua?, ¿pozos de petróleo? o ¿depósito de armas nucleares? ¿Cuál el sofisma para justificar el desbocarse de estas mentes DEMENTES?
UN REBELDE CON CONCIENCIA SOCIAL
El pasado 8 de octubre se cumplieron 44 años del asesinato de Ernesto Che Guevara en la población de Higueras, Bolivia, el médico argentino perteneciente a una familia acomodada de Rosario que dedicó su vida a militaren la izquierda y participar en diferentes movimientos contestatarios de ideología marxista, que en su mayoría, luchaban en contra de la miseria de las masas en Latinoamérica y el imperialismo estadounidense. La causa de Guevara lo llevó a viajar por diferentes países de la región, entre los que están Perú, Ecuador, Venezuela, Guatemala y México, donde en 1955 conoció a Fidel Castro y a su hermano Raúl, con quienes entabló una amistad que lo llevó al año siguiente a Cuba para hacer parte de la cruzada revolucionaria que pondría fin a la dictadura de Batista en 1959. Tras la victoria Guevara fue nombrado jefe de la Milicia y director del Instituto de Reforma Agraria ; en 1960 se convirtió en presidente del Banco Nacional y ministro de Economía, y en1961 fue ministro de Industria. A pesar de estos cargos que ostentó decidió abandonar la isla en 1965 y trasladarse al Congo para luego, en 1966, retornar a Latinoamérica y establecerse en Bolivia, lugar en el que pretendía crear un centro de operaciones guerrillero y donde finalmente fue herido y apresado.
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